Chicamocha News
La
historia del tabaco hace parte fundamental de las transformaciones económicas
del país en los siglos anteriores, desde la época de la colonia. El estanco de
tabaco (monopolio gubernamental) representaba la más valiosa fuente de ingresos
fiscales para los gobiernos colonial y republicano del silgo XIX y generaba una
corriente de ingresos y empleo de creciente importancia, aunque dicho monopolio
oficial representaba un obstáculo al desarrollo de la actividad del tabaco. Se
consideraba que los ingresos fiscales de este monopolio eran irremplazables y
que no era posible la “marcha de la Republica” sin las rentas del estanco
(Memoria de Hacienda de 1849). En 1847 las rentas del estanco del tabaco
representaron el 33% del total de ingresos del gobierno central, constituyendo
el rubro más importante, seguido de los impuestos de aduanas.
En García
Rovira se sembró inicialmente el tabaco negro, de la variedad García,
principalmente en los municipios de Capitanejo, Enciso, San José de Miranda,
San Miguel, Molagavita, Macaravita y Málaga y posteriormente fue introducida la
variedad Virginia, de tabaco rubio que terminó dividiendo la producción con la
primera variedad. Aproximadamente el 57% de esta producción era acopiada directamente
por la industria de cigarrillos, por medio de los contratos de siembra
acordados previamente, y el resto de la producción era adquirido de contado por
las empresas de cigarros. La aparcería y arrendamiento de la tierra, así como
el trabajo familiar, eran características predominantes en el cultivo.
Aproximadamente 2.000 familias de la región dependían de este renglón
económico.
Quiero
extraer algunos párrafos del poema “Tabacaleros seremos siempre”,
autoría de Roberto Carlos Bothia, joven capitanejano, poeta y escritor, que nos
permite recordar con gran nostalgia las tradiciones, las vivencias y el triste
final de toda una cultura productiva que ha dejado el cultivo del tabaco en las
agrestes tierras de los cañones del Chicamocha y del Servitá: “Caneyes
viejos cuentan historias de sueños muertos y de ilusión, son borradores de
tiempos buenos y la bonanza que allí creció. La algarabía de la cosecha hoy es
recuerdo, de aquellos hombres nobles y recios, de su leyenda nada quedó. En el
sembrado ya no hay tabaco sólo hay ausencia, ya no hay labor; no saca chispa en
el suelo duro y de las piedras el azadón, solo fantasmas de un sol rayado, en
el colino una bonanza se marchitó”.
“Paredes
viejas llenas de llanto, sufren de pena el cruel olvido de su región, cuanta
tristeza siente mi pecho al mirar sus restos, melodía sin rima que no es
canción; entre la sombra de su tejado, la soledad un nido, allí formó; se
escucha el eco de su lamento, son puñaladas al corazón; son las vivencias de
mis ancestros, piden justicia por el olvido, gritos perdidos hoy solo son;
senderos rudos y polvorientos, no hay alegría, no hay tradición”.
“Rostros alegres con esperanza, siempre
acudieron a trabajar, con la alegría puesta en el alma, con la ilusión puesta
en un jornal, un horizonte de valentía, siempre llevaron en sus espaldas, entre
las manos sus callos hablan, de la nobleza y de su bondad; entre los surcos
quedo la huella de su humildad, un sol hiriente y sin piedad, nunca los pudo
amedrentar, con optimismo todos sus sueños se hicieron grandes, sin descansar, con
sacrificio y gran esmero vencieron todo junto a la fe”.
“Hoy que el silencio es el lenguaje, que
fue elegido por el dolor, ya no hay bullicio ni algarabía, las complacencias
del Padre Páez, están perdidas en el edén, en la memoria voces lejanas, que se
confunden sin ser canción; se apagó el radio y sus emisoras, en los cumpleaños
ya no se escuchan, los clavelitos con amor; no existen risas ni chistes flojos,
no hay esperanza en el puntal, solo lugares llenos de ausencia, en el descanso
puedo mirar; el chocolate y la aguapanela, las pilatunas no regarán y abandonado
en un rincón, lleno de tristeza el viejo zurrón, un día nuevo no vio brillar”.
“Jamás olvido a Domingo Castro llegar
contento con su tractor; en aquel barrio que tanto quiero, fue su caney una
bendición; entre sus cujes hombres valientes, colgaron sueños y su ilusión, el
esqueleto de aquel caney, guarda su historia y testigo fue; subían al cielo con
gran esfuerzo, sus hombros fuertes, anchos y necios, edificaban entre las nubes,
las añoranzas de mi región, entre sus charlas apasionadas, brilla la esencia
del corazón, mi alma extraña esas jornadas, donde las hojas se amarraban, en
una vara con pitas de oro, como el que escribe una oración”.
“Atrás quedaron los calabazos y su
guarapo de ensoñación; la tusa vieja corcho de antaño, aquel manjar ya no
cuidará; sólo ha quedado el viejo naranjo, que al campesino en su cansancio,
difícilmente aliviará; una cocina desbaratada, con ollas viejas aun tiznadas,
trae un vacío hacia el corazón; no ladra el perro, no veo al gato que en
nuestra alcoba era un casón, ya no hay patos, piscos, ni pollos, que cuando
chinos iba a espantar; fogón de ausencias donde mi abuela, nos dio su vida y su
sazón, cenizas frías que fueron llamas, en otros tiempos muertas están, hoy
traen recuerdos que arrastra el viento, el zarzo viejo y el garabato llenos de
ausencias llorando están”.
“Ya no transitan las mulas viejas,
llevando en ancas hojas sagradas, que dieron fruto con el sudor; no hay
caravanas de soñadores, ya no hay arrieros con su tabaco, prensado en bultos de
sacrificio, trabajo duro y con mucho amor; no hay melodía en la travesía, la
indiferencia por el campesino, en la penumbra lo sepultó; abandonado quedó el
pretal, sacos de fique y una cabuya, que en el silencio agonizó, de aquellas
tierras la fantasía como la brisa llegó y partió”.
“Por los caminos abandonados de mi
pueblito, todo es nostalgia y soledad; la Colombiana es un fantasma, no hay
bultos sueltos clasificando, ya no hay angustia por la humedad; ya no hay
obreros, no brilla el oro, ya nadie habla de su bondad; cuentos de abuelos hoy
son sus ventas, tiempos de gloria en días de pago, que ya más nunca regresarán;
la noche oscura lo cubrió todo y en la palmera aquella fiesta, de un solo golpe
el viento borró; se fue pa´ siempre aquel embrujo tabacalero, se perdió todo en
la indiferencia, murió de pronto una leyenda, herencia viva de mis abuelos, que
tristemente nos dijo adiós”.
“El campesino cuenta orgulloso, su
triste historia y su tesón; sin ser
lamento gritan al viento, su desconsuelo por la traición; en el desierto del
abandono, sin merecerlo pronto se vio; atrás quedaron las ilusiones, falsas
promesas nadie cumplió; su corazón trae cicatrices, de cruel olvido y
desolación; su valentía a la adversidad, con gran paciencia siempre venció; no
pudo el clima, no pudo el sol, ni el egoísmo, ni el azadón; no pudo nadie
llenar de penas, la alegría de su canción;
Capitanejo te debe todo, pueblo verraco y de tradición, tabacalero Dios
te bendiga, hombre valiente por tu labor”.